La hormiga y el colibrí
Una fábula con filosofía cooperativa
La sed del bosque
Era un verano largo y cruel. El sol caía con fuerza sobre el bosque y las hojas crujían secas bajo las patas de los animales. El río que antes cantaba entre las piedras apenas murmuraba. La charca común, donde todos bebían, se había convertido en un lodazal.
Los animales grandes convocaron a una reunión urgente: el oso, la cierva, el jabalí, el mono y la serpiente se reunieron a deliberar bajo la sombra de un ceibo.
—Debemos cavar un pozo —dijo el oso, golpeando el suelo con fuerza.
—¿Y quién lo hará? —preguntó la cierva—. Cavarlo nos llevará semanas y necesitamos agua ya.
El mono, inquieto, propuso emigrar a otro bosque. El jabalí no quería moverse. La serpiente no dijo nada, pero en sus ojos había indiferencia.
Mientras discutían, una hormiga que pasaba por allí escuchó todo. Sabía que ella sola no podía cambiar el curso de un río, pero también sabía algo más: cuando muchos pequeños se organizan, se pueden lograr cosas grandes.
Sin decir palabra, se dirigió a la ladera norte, donde recordaba que, bajo el suelo, aún había humedad.
Comenzó a cavar. Grano a grano, con sus mandíbulas. Sin esperar aprobación. Sin miedo a parecer ridícula.


El vuelo del colibrí
Durante dos días, la hormiga trabajó sola. Cuando otros animales pequeños la vieron —una abeja, una rana, un grillo— se le acercaron con curiosidad.
—¿Qué haces? —le preguntó el grillo.
—Busco llevar agua desde el subsuelo a la charca —respondió la hormiga sin dejar de cavar.
—¿Tú sola?
—Nadie está solo si otros creen en la misma causa.
Impresionados por su firmeza, los pequeños comenzaron a ayudar. La abeja trajo barro fresco para reforzar las paredes de la zanja. La rana humedeció la tierra con la poca agua que encontró entre las raíces. El grillo cantaba para mantener el ánimo.
Muy arriba, un colibrí observaba con atención. Volaba de flor en flor en busca de néctar, pero al ver el esfuerzo abajo, descendió y preguntó:
—¿Por qué cavan?
—Para que el agua vuelva —dijo la abeja.
—Para que vivamos todos —añadió la rana.
El colibrí, que era veloz y ligero, empezó a recolectar gotas de agua entre las flores más alejadas y las dejó caer sobre la zanja para ablandar la tierra. Luego, se encargó de avisar a otros animales pequeños: ardillas, topos, lombrices, aves.
Cada quien, a su modo, encontró una forma de ayudar. Nadie impuso órdenes, pero todos sabían por qué lo hacían: el bosque era de todos, y todos lo podían cuidar.
El agua y la conciencia
Una mañana, cuando el sol aún no salía del todo, el venado se acercó a la charca y se detuvo. Escuchó un sonido: un hilo de agua que fluía, pequeño pero constante. Siguió el cauce hasta encontrar la zanja que avanzaba como una vena viva desde la ladera hasta el corazón del bosque.
Allí estaban los pequeños: sudorosos, cubiertos de tierra, pero alegres. El colibrí giraba en círculos sobre ellos.
—¿Cómo lo lograron? —preguntó el venado.
—Juntos —dijo la hormiga, simplemente.
Más tarde, el oso y los demás se acercaron. Esta vez no hubo burlas, ni mandatos, ni discursos. Hubo silencio, luego asombro… y finalmente manos (y patas) que se unieron al trabajo.
En menos de una semana, el agua fluía de nuevo. No era un río caudaloso, pero bastaba para beber, para regar las plantas, para que la vida volviera.
Desde entonces, el Consejo del Bosque se amplió. No sólo los grandes decidían. Los pequeños también tenían voz, porque habían demostrado que el poder no está en el tamaño, sino en el compromiso.
Y aunque algunos seguían creyendo en la fuerza o la rapidez, todos aprendieron que la cooperación es la forma más noble de resistencia.

Mensaje
Cuando los más pequeños se organizan con sentido común, responsabilidad y ayuda mutua, son capaces de transformar no solo su entorno, sino también la conciencia de quienes los rodean. Eso es hacer cooperativa la vida.
Autor: Dr. José Guadalupe Bermúdez Olivares
Diseño: Luis Garnica