Por: José Guadalupe Bermúdez Olivares
En los últimos días, cientos de productores rurales de todo el país han salido a manifestarse en carreteras y plazas públicas, su reclamo es justo y urgente: sus productos no tienen precio de garantía. El maíz, el frijol, la leche o el café se pagan a precios tan bajos que no alcanzan siquiera para cubrir los costos de producción, mientras en los mercados urbanos esos mismos alimentos se venden hasta diez o veinte veces más caros. Detrás de esa injusticia se esconde una verdad que duele: El enemigo no es el gobierno; el enemigo es el sistema.
El campesino mexicano enfrenta una de las paradojas más crueles del capitalismo moderno: produce alimentos, pero vive con hambre. No es una circunstancia pasajera ni un error administrativo: es el resultado de un sistema económico diseñado para concentrar la riqueza y mantener al campo subordinado a los intereses del gran capital agroindustrial.
Durante décadas, los intermediarios, los llamados coyotes, se han colocado entre el productor y el consumidor, imponiendo precios de compra injustos y revendiendo los productos a precios exorbitantes. No siembran ni cosechan, pero controlan el precio final. Así, quienes trabajan la tierra cargan con el esfuerzo y el riesgo, mientras otros se quedan con la ganancia. Los insumos suben, los precios de venta bajan, y el resultado es siempre el mismo: quien produce la vida, vive al borde de la miseria.
Decir que no hay apoyos para el campo es mentir, vivimos un sexenio donde más apoyos existen, solo que hacen falta más acciones. Según una nota publicada por La Jornada el 15 de octubre de 2025 (“Bloquean agricultores carreteras en 11 estados”), el gobierno federal sí destina apoyos al campo. Sin embargo, esos esfuerzos no alcanzan a modificar las estructuras que mantienen a los productores en desventaja frente al mercado. En tiempos del PRIAN el campo estaba peor, realmente abandonado, a pesar de que existían entidades como Financiera Rural, entre otras, la dedicatoria de los dineros era para quienes se afiliaban a la Confederación Nacional Campesina (CNC) y rendían pleitesía al poder.
En las opiniones hay muchos que relacionan estas manifestaciones con el corporativismo del PRIAN, es decir que ahora salen quienes ya no reciben como lo recibían en aquellos años oscuros. ¿Será verdad?, podría ser que atrás de estas movilizaciones esté la mano de la oposición, pero más allá de eso hay que destacar que si hacen falta soluciones integrales, porque en general se apoya la siembra, pero no se transforma la comercialización. Se subsidia la producción, pero no se regula la distribución. El campesino recibe ayuda para producir, pero no puede vender en condiciones justas. Por eso, el problema de fondo no es solo de política pública, sino de poder económico. Afortunadamente han empezado los primeros pasos para que lo producido tengan un valor justo, por eso hoy se distribuye desde Alimentación para el bienestar café, chocolate y otros productos.
Es claro que mientras los productores vendan de manera individual los intermediarios seguirán imponiendo las reglas del juego. El verdadero enemigo es el sistema que condena al hambre a quien produce el alimento. Un sistema que deshumaniza la economía, rompe el vínculo entre quien produce y quien consume, y convierte el alimento en mercancía. Este sistema se llama capitalismo y no fue creado por este gobierno o el anterior, sus impulsores son los del PRIAN.
El maíz, símbolo de vida y cultura, se ha transformado en un bien especulativo. El frijol, la leche y el café se mueven en cadenas controladas por corporaciones que acaparan la semilla, el transporte, el empaque y la venta final. Frente a este modelo de despojo, la salida no está en la resignación ni en la espera, tampoco en aventar la culpa a los programas sociales, sino en la organización colectiva y la cooperación económica. El cooperativismo es la vía concreta para recuperar el valor del trabajo campesino y reconstruir la soberanía alimentaria:
- Cooperativas de producción, que compartan maquinaria, insumos y saberes, que vendan directamente a consumidores organizados.
- Cooperativas de consumo, donde los consumidores se organizan para adquirir al mayoreo los productos directo con el que los produce.
Cuando los productores se asocian, el precio deja de ser una imposición y se convierte en una expresión de justicia. La cooperación devuelve poder a las comunidades, fortalece la economía local y abre el camino hacia una verdadera economía para la vida. El desafío no es menor: romper con siglos de desigualdad y dependencia estructural. Pero el cooperativismo no es solo una alternativa económica: es una propuesta de civilización, una forma de vida que pone la dignidad por encima del lucro.
No se trata solo de exigir precios justos, sino de cambiar las reglas del sistema. De volver a poner la vida, la tierra y el trabajo en el centro de la economía.
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