Por José Guadalupe Bermúdez Olivares
En enero de 2024, durante un recorrido por comunidades de Tierra Caliente, en el municipio de Turicato, viví una escena que cambió mi forma de mirar el entorno. Entre cerros resecos y paisajes que mostraban la huella de la sequía, me detuve a observar un árbol distinto a todos los demás: verde, frondoso, vital. Mientras el resto parecía ceder ante el clima extremo, ese árbol parecía disfrutarlo. Se trataba del pistache. (Ver imagen).
Aquel contraste natural era más que una curiosidad botánica: era un mensaje de la naturaleza. En medio del desierto de ramas secas, ese árbol mostraba que la vida aún busca caminos. Y comprendí entonces que el cambio climático no sólo nos exige medidas ecológicas, sino una transformación cultural profunda: una nueva forma de habitar y cuidar la tierra.
Escuchar el mensaje de la naturaleza
Al llegar a Santa Cruz de Morelos, destino de nuestro recorrido, a una distancia de 4 a 5 horas de la capital michoacana, justo frente a nuestros ojos había un árbol similar, los lugareños ya sabían su nombre, pero dudaban si se trataba del mismo árbol cuyo fruto se consume y tiene tanto valor. El pistache, verde y persistente, sigue creciendo en territorios áridos donde la pobreza limita el desarrollo. Allí mismo, entre el polvo y la esperanza, surge una oportunidad inmensa: convertir el potencial ambiental en una oportunidad social y económica, sembrando y cuidando la vida.
Entendí que el pistache nos enseña que la naturaleza guarda soluciones si sabemos leerlas. Su capacidad de resistir la sequía, su fruto valioso y su adaptabilidad lo convierten en un símbolo de resiliencia y equilibrio entre economía y medio ambiente. Con esa convicción, comencé a buscar el apoyo de investigadores, agrónomos y dependencias estatales. Les pedí su ayuda para mirar de cerca este árbol, estudiarlo, conocer su manejo y sus posibilidades productivas.
El cambio climático no se enfrenta con discursos ni diagnósticos; se enfrenta con acciones locales, concretas y regenerativas. El pistache podría ser una de ellas. Hubo acercamientos valiosos. El subsecretario Eustolio Nava de la SADER siempre mostró disposición, realizamos reuniones y recogimos muestras. También el activista ambiental Eduardo Lombardi, impulsor de productores de jamaica en Huacana, mostró entusiasmo. Sin embargo, la iniciativa se diluyó entre los trámites y la falta de seguimiento.
La doctora Ernestina Gutiérrez, investigadora del Instituto de Investigaciones Agropecuarias y Forestales de la Universidad Michoacana, expresó interés pero su salud le impidió continuar. Incluso en el Instituto Tecnológico de Tacámbaro, donde se imparte la carrera de Innovación Agrícola, la propuesta quedó en espera.
Y así me pregunto: ¿qué más hace falta para despertar interés?
No se trata sólo de sembrar árboles, sino de abrir la mente y el corazón a una posibilidad real de transformación. El pistache puede generar riqueza, crear empleo rural, recuperar suelos degradados y equilibrar los ecosistemas. Es un caso de estudio con potencial ambiental, agrícola, económico y social.
Desde la Unión Estatal de Cooperativas “Lázaro Cárdenas del Río”, creemos que el pistache representa algo más que un cultivo: es una oportunidad de cooperación entre ciencia, gobierno y sociedad. Las cooperativas pueden ser el vehículo social que lleve a las comunidades a producir, transformar y comercializar su fruto. Las universidades, con su capacidad técnica, pueden estudiar su fisiología, suelos y requerimientos. Y las dependencias públicas pueden impulsar programas piloto y proyectos demostrativos.
Cada actor tiene una función esencial:
- Los investigadores, generar conocimiento local adaptado al territorio.
- Las instituciones, facilitar los apoyos técnicos y financieros.
- Las cooperativas, sembrar, cuidar y organizar la producción.
Si cada quien aporta su parte, el resultado será mucho mayor que un cultivo rentable: será una estrategia de resiliencia ambiental y desarrollo humano.
La naturaleza nos está hablando, y el pistache es una de sus voces más claras. Nos muestra que aún es posible regenerar lo dañado, que hay especies adaptables y fértiles en medio de la crisis climática. Sólo necesitamos mirar con atención, investigar con compromiso y actuar con esperanza.
El llamado es para todos: a las universidades, centros de investigación, dependencias estatales y federales, así como a las organizaciones sociales. El pistache puede cambiar el paisaje de Michoacán, pero también puede cambiar nuestra forma de relacionarnos con la tierra.
No se trata de un árbol más; es un símbolo de futuro, una posibilidad que florece en silencio esperando que alguien la escuche.
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