Por: José Guadalupe Bermúdez Olivares
Cada primer sábado de julio se conmemora el Día Internacional de las Cooperativas, una fecha proclamada por la Alianza Cooperativa Internacional (ACI) para visibilizar el impacto social, económico y cultural de este modelo. El lema de este año, “Las cooperativas construyen un mundo mejor”, no es solo un ideal, es una realidad tangible en cientos de comunidades mexicanas que han apostado por la cooperación como forma de vida.
Un ejemplo concreto y poderoso de ello lo ofrece Michoacán, donde la Unión Estatal de Cooperativas “Lázaro Cárdenas del Río” agrupa a más de 240 cooperativas, la mayoría encabezadas por mujeres, en contextos rurales, muchas de ellas dedicadas a la producción de alimentos. Este dato es mucho más que una cifra: es una muestra viva del potencial de transformación que las cooperativas tienen en los territorios históricamente excluidos del desarrollo tradicional.
En una entidad marcada por altos niveles de desigualdad, migración forzada y conflictos socioambientales, el cooperativismo ha ofrecido un cauce alternativo: digno, democrático y productivo, lo notable es que este esfuerzo ha sido sostenido, en su mayoría, por mujeres, quienes no solo se han organizado para sembrar y transformar productos, sino también para sembrar comunidad, economía solidaria y una nueva forma de hacer política desde lo cotidiano. Estas mujeres han vencido no solo las dificultades propias del trabajo productivo, sino también el machismo institucional, la precariedad del campo, la indiferencia de las políticas públicas y la falta de reconocimiento real; en muchos casos, su labor no es remunerada proporcionalmente, pero sí profundamente valiosa para el sostenimiento de sus familias, sus comunidades y la soberanía alimentaria local.
En una encuesta reciente aplicada a las cooperativas de la Unión, el 92% de ellas manifestó que el gobierno de Michoacán no muestra sensibilidad ni voluntad real para apoyar estas iniciativas comunitarias de desarrollo, este dato revela una desconexión preocupante entre el discurso oficial y las necesidades reales del territorio. Mientras se habla de reconstrucción del tejido social y de combate a la violencia, se ignora que la vida cooperativa es ya una respuesta concreta, sostenida y legítima para generar paz y armonía social. Todas las cooperativas encuestadas afirmaron que su experiencia organizativa ha contribuido a mejorar la convivencia, fortalecer la confianza comunitaria y reducir conflictos, es decir, el cooperativismo está logrando desde abajo lo que muchos programas de seguridad no han logrado desde arriba: crear condiciones de bienestar colectivo, corresponsabilidad y arraigo. Con el esfuerzo de impulsar el cooperativismo hacemos lo que nos corresponde desde abajo, para coadyuvar a los planes generales del gobierno federal.
Este desfase entre lo que hacen las cooperativas y lo que el Estado reconoce o apoya no es nuevo, históricamente las políticas públicas en lo local han privilegiado la visión mercantil del desarrollo, el cooperativismo en cambio, plantea una lógica de corresponsabilidad, democracia económica y transformación comunitaria, que incomoda porque pone en evidencia que sí hay alternativas al modelo dominante.
Frente a esta realidad, urge una política estatal de fomento cooperativo con presupuesto, formación, incentivos y reconocimiento legal. No basta con celebrar la economía social en discursos: se necesita integrarla como eje estructural de las políticas de desarrollo territorial, soberanía alimentaria, equidad de género y paz comunitaria.
Lo que estas 240 cooperativas de Michoacán han logrado, con trabajo, organización y resistencia, es un ejemplo de lo que podría multiplicarse si hubiera voluntad política. No están pidiendo subsidios sin sentido, ni favores clientelares, están exigiendo coherencia, respeto, diálogo y apoyo institucional, como lo manda la Constitución y las leyes que reconocen el derecho a la organización económica en forma de cooperativas. En sus propias palabras, la vida en cooperativa “nos ha hecho más libres, más fuertes, más conscientes de que sí podemos vivir distinto.”
Celebrar el Día Internacional de las Cooperativas no debe quedarse en una felicitación simbólica, debe ser una llamada de atención para repensar el rumbo del desarrollo local. En Michoacán, como en muchos otros estados del país, hay cientos de mujeres y hombres que, desde sus territorios, están sembrando las semillas de una economía más humana, solidaria y sostenible. Hoy, más que nunca, necesitamos volver la mirada hacia ellas, apoyarlas no es solo una decisión económica: es una apuesta por la paz, por la vida digna y por el futuro de nuestros pueblos.
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