El bosque de los constructores

En el bosque de Vervalia, había un pequeño claro donde se alzaba una gran torre hecha de ramas, barro y hojas. Era una construcción impresionante, levantada poco a poco por los habitantes del bosque: ardillas, castores, lombrices y colibríes.

Capítulo I. La petición de Teo

Capítulo II. La Asamblea de Decisión

Capítulo III. El aprendizaje de Teo

Capítulo IV. La celebración

Capítulo V. Nuevos comienzos

En el bosque de Vervalia, había un pequeño claro donde se alzaba una gran torre hecha de ramas, barro y hojas. Era una construcción impresionante, levantada poco a poco por los habitantes del bosque: ardillas, castores, lombrices y colibríes.

Cada quien tenía su papel: unos recolectaban, otros moldeaban, y otros vigilaban que todo se sostuviera fuerte.

Un día, Teo, un joven zorro despreocupado y soñador, llegó al claro. Al ver la torre, quedó fascinado.

—¡Qué maravilloso sería vivir ahí! —pensó—. Se ve cómodo y seguro.

Sin pensarlo mucho, Teo se acercó a la asamblea que en ese momento discutía los arreglos de la nueva planta.

—¿Puedo tener un lugar en la torre? —preguntó.

Todos se miraron. El sabio Castor Mayor pidió silencio.

—Debemos decidirlo en asamblea, como siempre.

La comunidad del bosque se reunió bajo el Gran Roble. Todos hablaron:

—Teo no ha participado nunca en nuestras jornadas de construcción —dijo la lombriz más vieja.

—Pero si le enseñamos a colaborar, podría ser de gran ayuda —dijo un colibrí optimista.

—Aquí no se niega ayuda, pero todos debemos contribuir —afirmó la ardilla albañil.

Después de escuchar todas las voces, votaron: aceptaron darle a Teo una oportunidad, si se sumaba a las tareas colectivas.

Teo, algo sorprendido, aceptó el trato.

Desde el amanecer, Teo empezó su trabajo: recolectaba ramitas, ayudaba a impermeabilizar techos con hojas de sauce, e incluso aprendió a usar barro para reforzar paredes.

A veces se quejaba del cansancio, pero veía cómo los demás cantaban, se reían, se apoyaban. El esfuerzo colectivo no se sentía pesado, sino como un juego compartido.

Cada tarde, había pequeñas reuniones donde todos comentaban avances y sugerían mejoras. Teo aprendió a escuchar, a proponer y a comprometerse.

Un mes después, la torre estaba lista. Más alta, más firme, más hermosa que nunca.

En la última gran reunión, el Castor Mayor habló:

—Teo, ahora eres parte de nosotros. Construiste con tus manos, pero también con tu corazón.

Le entregaron una pequeña llave simbólica: un colgante de hoja trenzada.

Teo se sintió más feliz que nunca, porque entendió que no se pertenece a un lugar solo por estar, sino por construirlo junto a los demás.

Desde aquel día, Teo no sólo vivió en la torre, sino que también enseñó a otros forasteros que el verdadero hogar no se encuentra: se construye cooperando.

Reflexión

¿Por qué crees que el compromiso personal es importante en un proyecto colectivo?

¿Qué cualidades mostró Teo para poder integrarse verdaderamente a la comunidad?

Autor: Dr. José Guadalupe Bermúdez Olivares

Diseño: Luis Garnica